Cuando empieza el contacto físico, el cerebro cede el control a las moléculas del aquí y ahora para que aporten el placer de la experiencia sensorial, principalmente con la liberación de endorfinas.
Las relaciones sexuales, sobre todo las que tienen lugar en relaciones continuas, son víctimas constantemente de estos fantasmas de la dopamina.
¿Hay algo que busquemos por sí solo, no porque conduzca a algo más? Aristóteles decidió que lo había. Decidió que había una sola cosa al final de cada retahíla de porqués, y se llamaba felicidad. Todo lo que hacemos, en última instancia, es por la felicidad.
Es la molécula del deseo, la que controla nuestros impulsos y la que nos incita a buscar siempre nuevos estímulos.
Algunos investigadores bautizaron a la dopamina como la molécula del placer, y la vía que lleva a las células secretoras de dopamina a través del cerebro se denominó circuito de recompensa.
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