Fue Cristo hacia quien Dios dirigió la atención de Israel con todos los milagros que diariamente se hacían frente a sus propios ojos en el desierto. La columna de fuego y la nube que los guió en el desierto, el maná del cielo que cada mañana les daba para comer, el agua de la roca golpeada y todos los demás milagros, cada uno era una figura de Cris...
Fue Cristo de quien el rey David era un tipo. Ungido y elegido cuando pocos lo honraban, cuando era despreciado y rechazado por Saúl y todas las tribus de Israel, cuando era perseguido y obligado a huir para salvar su vida. Fue un hombre que sufrió durante toda su vida y, sin embargo, fue un vencedor; en todas estas cosas, David representaba a Cris...
Es Cristo, digo enfáticamente, de quien todo el Nuevo Testamento está saturado.
Cristo es el camino y la puerta, medios por los cuales se tiene acceso a Dios.
Debemos presentarnos ante Dios en el nombre de Jesús, sin ningún otro fundamento, sin esgrimir ningún argumento que éste: “Cristo murió en la cruz por los impíos y confío en él. Cristo murió por mí y yo creo en él”.
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